Admitir la derrota

No siempre se puede ganar la guerra esta de «yo la tengo más grande» (la decoración navideña, se entiende) porque el coste o el tiempo dedicado pueden llegar a ser inasumibles. Se agachan las orejas, se mete el rabo (el raboooooo) entre las piernas y se admite la derrota. Con deportividad, sin acritud. Vean el ejemplo de esta situación en algún lugar perdido de yanquilandia.

Y todo por la puta envidia, hay que ver.