Cada año la misma historia en variadas letras que vencen en: febrero (por el día de los ena-morados), mayo (día de la madre) y diciembre (navidades y reyes). Se trata, como habrán podido sufrir (y sufren aún) los visitantes casuales a esta página, de la costumbrita que los perfumistas han cogido contra los videntes de sus publicidades. En realidad «las costumbritas», pues que dos son.
Una de ellas la de poner sus anuncios con variados y ridículos acentos de pronunciación del producto y su fabricante. Ridículo resulta que un nombre castizo como Paco Rabane sea pronunciado en la variante del gabacho: Pakó Gaban (no es un abrigo, no crean) o que la indudablemente de origen hispano Carolina Herrera se transforme en Karrolina Jerrera (ni a guerrera llega). Es una absurdez que llega este año a su límite cuando, por la moda yanqui de poner nombres en castellano, quedan reducidos los perfumes a una amalgama de sonidos impronunciables tanto en su nombre como en su fabricante. Por lo visto los publicistas deben pensar que somos imbéciles y que por el solo hecho de oír que el productito es de origen guiri lo vamos a comprar. Igual lo somos (imbéciles).
La otra manía es la determinante de que efectivamente somos imbéciles. Se trata de vender como un acto de libertad y de individualidad algo que no es más que un ejemplo de borreguismo: comprar un producto industrial movidos por la masa. Por mucho que nos quieran hacer comulgar con la rueda de molino de que un perfume nos hará libres o nos definirá como libres e indómitos, no haremos más que obedecer a una imagen elaborada, así que ni una cosa ni la otra. Como tampoco seremos más jóvenes o independientes por oler a una fragancia o a otra. La bofetada de la realidad la vemos (o deberíamos) todos los días cuando como dóciles borregos, obedientes como girasoles, hacemos de la publicidad la base de nuestra vida y nuestras decisiones.
Lo dicho ha versado sobre los perfumes, pero es igualmente extensible a las ropas, comidas y hasta los libros que (ojalá) leemos, las pelis que vemos y si me apuran hasta la opiniones políticas que elevan al olimpo de los ídolillos a gentes zafias, vulgares, abstrusas, necias y zoquetas.
¡Hala, comprad, comprad, malditos!
*Bella metáfora de Galdós, por cierto.