Estos lodazales

Antes de dar por cerrada la temporada 20-21 de odios y espantos navideños, quiero poner un espejo ante mis narices y las de muchos de nosotros. Este es el resultado obtenido:

Antes de seguir pido perdón al noble, paciente y abnegado asno (burro, jumento o pollino) por la comparación. Lo hago por pundonor porque en su «prao» no hay conexión a internet ni pajolera falta que le hace al bicho.

Si hay algo que caracteriza a estos animales es la cabezonería que hace casi imposible moverlos (ni a palos, dicen) como hayan tomado una decisión. Eso mismo nos ha pasado a los humanos (y humanas, aquí no se libra ni dios) en estas-fechas-tan-señaladas en las que hemos decidido que hay que hacer lo de siempre y de esa idea no se nos mueve (ni a multas, dicen). Hablando el otro día con una leonesa (cazurra gente también) que vive en Alemania, me informa de que por esos lares (Frankfurt a.M.) son incluso más burros y cabezones que nosotros. Me cuesta creerlo, la verdad, a pesar de que esas gentes han dado muestras sobradas de ello. Volviendo al camino, que me desvío. Por haber hecho gala de nuestra decisión inamovible de celebrar como siempre se ha hecho, nos vemos ahora en la cuesta ascendente de la tercera ola del archiconocido Covid-19 que ya cumple dos añitos casi (y lo que le queda). Con otras palabras: de aquellos polvos, estos lodos, o lodazales como reza el título.

Hala, sigamos con nuestras cabezonerías a ver quién puede más, si el puto virus o nosotros.

Hasta el año que viene si las diosas quieren.

Ideas de bajo coste

En un escaparate del Paseo de la Estación de Salamanca encontré este curioso árbol de navidad hecho de cartones. Además de barato es plegable y ecológico, la estética júzguenla uds. porque está visto que para gustos, colores.

Bien cierto es que realizar un elemento de este tipo lleva tiempo y dedicación, pero el resultado es al menos distintivo y diferente. Deberes para el próximo confinamiento, vayan apuntando. Será un regalo para el planeta dejar de producir tanto plástico y quizá para nuestras cabezas dedicar un poco de tiempo a manualidades tampoco sea mala idea.

Reyes sí, pero de peluche

En este negocio han expresado, sin querer quizá, lo que pensamos muchos habitantes de este país: que los reyes que queremos ver son de peluche. Así estarán inactivos, los podremos colocar en sus cajitas durante 11 meses al año y sacudirles el polvo para dejarlos de adorno en la calle. Serán mucho menos problemáticos, más inocuos y menos costosos que los que actualmente ¿lideran? este reducto cuasitercermundista de las monarquías hereditarias (y machistas) que arrastramos desde la edad del bronce. ¿No va siendo hora de ir ventilando y modernizando esta sociedad «tecno-ilógica?

Intocable

Encontré este elfo decoradito (tuneado como suelen decir ahora) con los complementos de la temporada: el gorro rojo y la mascarilla. Feo el adorno en cuestión ya era sin la adición de estos elementos, pero ha quedado bordadito para disfrutarlo toda la santa navidad. Así tiene la cara de triste el pobre.

Lo más gracioso es el cartel de «no tocar» en el pote de oro, muy indicativo de lo que ocurre en realidad: lo verás pero no lo tocarás. Bueno, hasta que llegue el día de la lotería del niño no sabremos si ese 38811 será de augurio.

Regalitos salvajes

Si regalar armas -incluso de juguete- es algo bastante reprobable, también lo será mantener costumbres salvajes por muy ancestrales que sean, digo yo. Por eso me llamó la atención el escaparate de la juguetería «El barato» de la calle Zamora de Salamanca. Allí se encuentra una versión miniaturizada de la salvajada «cultural» que se llama corridas de toros. Convertir a los tiernos infantes en buenos y respetuosos ciudadanos, considerados y empáticos, pasa por evitar educarlos en la tortura y muerte gratuitas de los pobres cornudos. Afortunadamente a la gente joven cada vez le interesan menos estos llamados «espectáculos» que aún perviven*. Hace unos días en un artículo de no-sé-que-periódico digital decían que en los últimos años se ha reducido un 30% el número de corridas (de toros, se entiende) a pesar de lo cual ha aumentado un 35% el número de profesionales inscritos en esas actividades. No acaba de cuadrarme la razón, pero así es. Los números, claro, son de memoria, así que igual están errados. Pero ahí queda.

Resumen: otra razón más para odiar la navidad y los reyes (magos, claro).

* Nótese que la violencia no ha disminuido, ahora es virtual y se trata de matar pero en una pantalla y virtualmente. Algo es algo.

La publicidad

O la diferencia entre lo que queremos comprar (lo publicitado) y lo que realmente compramos. Hace años un tipo se dedicó a hacer una colección de fotos entre el producto publicitado y lo realmente vendido. Era impactante ver la diferencia, es decir, el engaño al que estamos sometidos en el mundo real por las ansias publicitarias.

Pues bien, el otro día caminando por las calles beharauis me encontré con el ejemplo que les traigo. Se trata de un roscón de reyes cuya principal atracción es el suculento premio que le puede tocar (le debe tocar, de hecho) a alguna persona afortunada. Pues vean la diferencia entre lo publicitado y lo vendido. Supongo que la cautelosa vendedora optó por colocar un ejemplar en el escaparate que está junto al cartel anunciador para quitarse anticipadamente el problema de las reclamaciones. El producto y su premio son productos de una tahona de Aldeanueva del Camino (Cáceres).

Juzgando los precios del roscón (solo hay una versión) y comparándolos no ya con lo vendido sino con otros, resulta que el posible premios es pagado, evidentemente, por los incautos compradores del producto. Pues lo mismo pasa con todo, queridos niños: los premios de unos los pagamos todos. Tratándose de un roscón de reyes, saquen uds. sus propias conclusiones. No hay que pensar mucho, la verdad.

Mensajito navideño

En un conocido bar beharaui situado junto al campo de golf, tenis y squash (sí, han leído bien campo de golf en un pueblo de montaña) pusieron este anuncio, quizá antes de las fechas navideñas. Muy ilustrativo, la verdad, a pesar de la nefasta redacción y los errores sintácticos, ortográficos y de diseño. Tampoco se les puede pedir más, son hosteleros, no van a andar con menudencias lingüísticas.

La duda

Vivimos en un mundo hiperpublicitado, casi en cualquier lugar podemos encontrar una pantallita que nos recuerda qué productos debemos comprar para poder sobrevivir en la jungla capitalista y consumista. Cada momento libre de nuestro tiempo es invadido por el golpeteo de la creación de deseos, desde las pantallas y paneles de las autovías, los surtidores de gasolina, los altavoces del supermercado, las navegaciones por la red… Cada uno de nuestros movimientos es monitorizado, almacenado, vendido, analizado y usado para incrementar o dirigir nuestras actitudes hacia los estilos de vida que puede que no nos hagan más felices, pero seguro nos harán más dependientes y más manipulados, hasta el punto de discutir o no relacionarnos con otros congéneres que no están en la misma onda que nosotros. La publicidad, ese arma de destrucción masiva nos invade cada día más y más. Me pregunto, a la vista de decoraciones navideñas como la que ilustra esta entrada, cuánto tiempo tardarán en meternos también la puñalada publicitaria en ellas.

No comprendo

Si hay alguien por ahí leyendo que entienda esta decoración navideña, que haga el favor de perder un minuto y explicármela, porque por más vueltas que le doy no acabo de pillarla. Debo estar algo corto de entenderas últimamente, porque no puedo hacer ninguna asociación entre los personajes (¿reyes?) de los reposteros con alguna iconografía navideña. Parecen reyes, sí, pero de cuento infantil. Menos mal que las luces me dieron la pista identificativa, que si no…

La foto está hecha en Salamanca, por la plaza de San Julián me parece recordar.

Más coyuntura

Ya hemos comentado en estos días que la coyuntura mascarillil se aprovecha profusamente en la decoración. Vean este ejemplo de una clínica de fisioterapia -creo- en la que el pobre esqueleto cojo además de sufrir las pegatinas de colores en sus huesitos, debe soportar la diadema de cuernos de reno y la consabida mascarilla y para remate una pajarita a juego con ella.

Vivir para ver, y espero acordarme de esta entrada a ver cómo se las ingenian para disfrazar al esqueleto para San Valentín, quizá haya pajarita y pajarito.