… solo si no perciben la sutil ironía que el afán de innovación, el ansia mercantil y el uso de la tradición navideña ha conseguido en este producto.
Por si no se viese la foto aclararé que se trata de unas velas que se encontraban a la venta en la feria «Eco-raya» (Eco-raia» en versión portuguesa) que se celebró hace pocas fechas en Salamanca. La empresa de explotación apícola que tenía este puesto había colocado unas velas como muestra de lo que se puede llegar a hacer con los productos de las abejas. En este caso con la cera que, en estos tiempos que corren de electrificación masiva, en su uso como velas lo menos importante viene siendo que puedan arder.
Por eso los diferentes modelos de vela eran imaginativos: un osito, una oveja, unos hexágonos y, hemos llegado, una escultura que incluía el sanjosé con capa y sosteniendo un farol y la virgen sosteniendo al niño dios. De la cabeza del capado -el de la capa, entiéndase- la mecha amenazaba e instruía al uso de la escultura: arder e iluminar. Lo de la iluminación como uso masivo en estas fechas de cortos días está explicado y justificado, la costumbre de animar al sol a su nuevo nacimiento es más antigua -dicen los estudiosos- que los más ancianos textos de la biblia.
Me ronda la cabeza un recuerdo, el de una pintada que hace años decoraba una valla junto a la carretera de Guadarrama -Madrid- y que decía «la única iglesia que ilumina es la que arde». Juntando vela y recuerdo saldría aquello de «la única vela que ilumina es la que arde» pero como es algo iconoclasta vista la reflexión anterior, no seguiremos por ese camino.